domingo, 27 de enero de 2013

La pianista de Saló. (Saló o los 120 días de Sodoma. Pier Paolo Pasolini.)


Se quedan colgando del piano los dos últimos acordes.
Se levanta, se alisa la falda recatadamente, se peina con los dedos y cierra los ojos intentando escuchar algo del silencio que ha quedado, pero sólo atiende a las voces internas de esa sordidez.
Atraviesa la sala sin mirar atrás, no soporta el recuerdo de lo que, durante 120 días escuchó a su espalda, sin perder un sólo compás.

Cruza las estancias y los corredores perseguida por su propia culpa, por su piedad manchada, sin mirar atrás, por temor a quedar convertida en una estatua de sal. No es la esposa que deseaba ver cómo ardía todo y se consumía en muerte, es el fuego mismo, el deseo de arder abruptamente, quemada por la combustión de su propia perversión.

Sabe bien que desea hacerlo, pero cuando divisa aquella puerta pequeña al final del pasillo le invade la cobardía y entiende que es la misma que somete la voluntad de otros y la que le ha dado palabras de música, silencio que no liberará, que nunca hará nada más que sonar de fondo y que le transformará en insignificante basura miserable.

Atraviesa la habitación, junto a la ventana hay una silla (en el patio se escuchan sus gritos), se pone de pie sobre el asiento (huele a sangre y a semen), impulsa su cuerpo hacia el vacío (llanto y gemidos, súplicas y muerte).

Muerte dibujada sobre los adoquines, una muerte convencional, como un disparo piadoso.