viernes, 18 de octubre de 2013

Papillon. Franklin J. Schaffner.

Querido Louis:

Te escribo a los confines de la tierra o desde ellos, porque para ti será, a estas alturas de la vida, un recuerdo leve la humanidad.
Se que me leerás riendo, con los pies perdidos en el aire sobre algún acantilado y que luego lanzarás esta carta en mil pedazos.

¿Cómo asumir el recuerdo?  ¿Cómo olvidar La Guayana?

Querías permanecer oculto allí, en esa prisión de aire, con tu calma limitada por bandas transparentes, con tus fantasmas, esos que robaban en tu huerto cada noche y te acompañaban, decías, te evitaban el molesto zumbido.

¿Qué será de ti?

Ahora imagino tu esqueleto de alambres sobre la tierra de algún camino, calcinado por el sol el día en que te rindas del todo, en que tu soledad se mezcle con tu vergüenza e implosione dentro de ti.
Morirás entre estos barrotes de libertad imaginaria, creyendo tener lo que mereces.

¿Qué es la verdad? ¿Qué sentido tiene ahora la lucha? Todo está en el abismo de esos remolinos salados, salvarse es libertad, morir también lo es, pero ¿qué importa, cuando se ha muerto tanto? La vida tarda tanto en estar muerta...
¿Acaso no cambian las palabras su significado y lo que era verdad se convierte en concesión y lo que creíamos lucha se vuelve impotencia?

Ya hace algún tiempo que me lancé a las frías aguas del océano para alejarme y no volver.
En mis vigilias todavía te veo de pie, junto al acantilado, sonriendo, con esa aumentada mirada miope que viajará conmigo vaya donde vaya.
Se que daremos cuenta de todo lo vivido, aunque vivos por separado y siempre llevaremos los distintos yugos de las libertades vecinas.



miércoles, 9 de octubre de 2013

Sacrificio. Andrei Tarkovsky

"Ahora, pequeño, tienes que venir a ayudarme.
Hace ya muchísimo tiempo, un monje de un monasterio ortodoxo, plantó un árbol seco en la montaña.
Era igual que éste, y le dijo a su discípulo que regara el árbol cada día hasta que cobrara vida...por favor, acercarme esas piedras...
Y desde entonces, todos los días por la mañana, temprano, subía la montaña con un cubo de agua y al atardecer volvía al monasterio.
Así lo hizo durante tres años, hasta que un maravilloso día, cuando fue a regar su árbol, como siempre hacía, vio algo excepcional: Toda su copa se hallaba cubierta de hermosas flores.
Digan lo que digan, esa manera de proceder, puede darte resultados extraordinarios, es decir, que si todos los días, a la misma hora, sistemáticamente, hiciéramos lo mismo, estableciendo un ritual, el mundo sin duda alguna cambiaría, estoy absolutamente convencido de ello. Los japoneses lo llamarían Ikebama."

Transcripción del texto inicial de la película.

miércoles, 3 de abril de 2013

CABARET (Bob Fosse)

DONDE LOS ZÓCALOS SON AZULES.


"Recuerdo a esa chica llamada Elsie, alquilamos juntas una habitación de mala muerte en Chelsea, vendía su boca y su cuerpo por una miseria. Murió. Llevaba una mala vida. Los vecinos hablaban de ella con sonrisas contenidas. Cuando la vi parecía una reina. Era el cadáver más feliz que había visto en mi vida.
Recuerdo que ella me decía: ¿Qué tiene de bueno estar sólo y encerrado en una habitación? Ven a escuchar la música sonar! Venga, amigo, la vida es un cabaret!"

Versión libre de un fragmento del tema principal de la película.

domingo, 27 de enero de 2013

La pianista de Saló. (Saló o los 120 días de Sodoma. Pier Paolo Pasolini.)


Se quedan colgando del piano los dos últimos acordes.
Se levanta, se alisa la falda recatadamente, se peina con los dedos y cierra los ojos intentando escuchar algo del silencio que ha quedado, pero sólo atiende a las voces internas de esa sordidez.
Atraviesa la sala sin mirar atrás, no soporta el recuerdo de lo que, durante 120 días escuchó a su espalda, sin perder un sólo compás.

Cruza las estancias y los corredores perseguida por su propia culpa, por su piedad manchada, sin mirar atrás, por temor a quedar convertida en una estatua de sal. No es la esposa que deseaba ver cómo ardía todo y se consumía en muerte, es el fuego mismo, el deseo de arder abruptamente, quemada por la combustión de su propia perversión.

Sabe bien que desea hacerlo, pero cuando divisa aquella puerta pequeña al final del pasillo le invade la cobardía y entiende que es la misma que somete la voluntad de otros y la que le ha dado palabras de música, silencio que no liberará, que nunca hará nada más que sonar de fondo y que le transformará en insignificante basura miserable.

Atraviesa la habitación, junto a la ventana hay una silla (en el patio se escuchan sus gritos), se pone de pie sobre el asiento (huele a sangre y a semen), impulsa su cuerpo hacia el vacío (llanto y gemidos, súplicas y muerte).

Muerte dibujada sobre los adoquines, una muerte convencional, como un disparo piadoso.