miércoles, 19 de marzo de 2014

Solaris. Andrei Tarkovsky.

                                          “Yo, sólo yo, contengo tus temores.”  
                                                                        Paul Valéry.


Brueghel aparece en Solaris para mí igual que un recuerdo desnudo por el que me siento vulnerable y silenciosa y en el cual me veo, como Hary, abstraída, ajena al instante, en aquella sala entonces vacía, reflexionando acerca de esa misma vulnerabilidad...

Comprendo que esos patinadores, que somos todos nosotros, se deslizan por el hielo inestable, expuestos a caídas, por el hielo quebradizo, al abismo de las aguas frías que habitan bajo esa superficie.

Observo la trampa para pájaros (tan perfecta) que podría ser símbolo de las consecuencias, el bucle infinito que encierra la inestabilidad de un presente y un futuro lleno de espejismos y mentiras superpuestas.

La escena me lleva a aquel lugar, pero me aporta algo más;  que esa vulnerabilidad, esa trampa, al menos contextualizada en ese momento, tiene que ver con los recuerdos dolorosos de los que no podemos desprendernos y se vuelven insistentes, corpóreos, humanizándose cuanto más se quedan con nosotros, tejiendo una red que da vida a una rueda usando como motor la dependencia más aterradora.

Los recuerdos son esa clase de mentiras que debemos desintegrar, o mejor aún, deben aprender a hacerlo por sí solos, en el momento en que  comprendan, si es que no es una capacidad inherente del ser humano, que enloquecemos por su culpa. ¿Es posible esto sin la Ciencia Ficción?

...Ocurre entonces que Chris la llama, desde la otra orilla de su mente abarrotada de pensamientos.
Ella se disculpa, le da un beso y, por un instante, la falta de gravedad les hace sostenerse livianos a ras de suelo.

Ella ha comprendido.


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