sábado, 22 de septiembre de 2012

LA CARTA A UNA MAESTRA. (Una jornada particular, Ettore Scola.)


El momento confesional en el que se rompe el silencio doloroso es obertura desde la oscuridad de los años muertos en toma de decisiones. Ahora, en esta intimidad, nos damos cuenta del abismo en el que nos encontramos.

Pelear y dejar las venas abiertas de este final en el que solo nosotros podemos actuar.

Cuando encontró aquella carta en los bolsillos de su traje gris, sus páginas le volcaron a gritos en las manos el vacío de todo lo que él estaba buscando en realidad, lo que quería para llevar a cabo sus pasos fríos en las sombras de sus líneas.

A la mujer culta que ella nunca fue.

A ella nunca le escribió una carta así, ni siquiera en sus mejores años, en los que todavía se reían juntos de cualquier cosa, porque ella era una mujer ignorante, y “a una mujer ignorante todo el mundo la manipula.”

Aquel era el momento, el que le hizo creer en su propia libertad.

Ahora leía a Dumas entre los geranios rojos de la ventana, espiando todos los movimientos de su vecino, porque sospechaba que se marcharía para siempre.

Y cuando fue así, todo desapareció y se quedó una mancha de tinta agria que se fue borrando con el tiempo.

Cuando así fue, no encontró un solo rastro de coraje en su sangre y apagó las luces del salón y volvió a la cama.

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