Emma Small es una mujer valiente, altanera y decidida, atractiva e inteligente.
Pero hay algo que nadie ignora. Algo
que nunca la igualará ante Viena; la degradación de sentirse
despechada.
Igual que la carcoma, que debilita y acaba por romper las fibras de la madera, hace tiempo que perdió su brío y su elegancia, se apaga muy lentamente a los ojos del mundo, mientras que en su interior va creciendo una llama de odio incontrolable.
Sólo conoce un fin; la muerte de su
oscuridad o la suya propia.
El dios de la locura se ha ido apoderando de ella, avanzando inevitablemente, abrazándola, presionando sus órganos vitales...
Ya no se reconoce cuando se encuentra
ante ella, la representación
viva de sus pesadillas, porque su belleza acentúa todos sus
defectos.
Kid la
prefirió un día a ella y
así todo se quemó arrasando lo que quedaba en ella de humano,
convirtiéndola en acero de guillotina, dulce de veneno, tierra de
fosa de cementerio y en el deseo de bailar sobre ella cuando
desaparezca en el espacio y en el tiempo.
Sin remordimientos.
Arden su casa y su piano porque ya los quemó, pero nada es suficiente para unos ojos podridos de ira, así que ahora hará que la ejecuten.
Su caballo saldrá
disparado y su cuello se partirá, dejando un eco de crujido seco
dentro del tronco de un árbol.
Se
quedará sola, danzando a un lado y al otro, con su vestido blanco,
con los ojos abiertos y la lengua colgando, hasta que mañana a
mediodía los cuervos hayan dado cuenta de ella.
Sin remordimientos.